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Los estudios de comunicación en la Argentina

| Instituto Aníbal Ford |


Por E. Sánchez Narvarte / Este artículo retoma parte de la introducción al libro “Los estudios de comunicación en la Argentina: consensos y disensos” realizado por el GT “Historia de los estudios en comunicación y cultura en Argentina”, que se publicará próximamente.






Introducción

Este libro que aquí presentamos fue realizado a los largo de los años 2013 y  2014, por el Centro de Investigaciones en Problemáticas Sociosimbólicas Latinoamericanas Aníbal Ford de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social (FPyCS/UNLP), a través de su Grupo de Trabajo “Historia de los Estudios en Comunicación y Cultura en Argentina” y de su seminario de grado “Aproximaciones a la Teoría Crítica y sus derivas latinoamericanas”.

El trabajo está compuesto por entrevistas a referentes del campo de la comunicación en Argentina, en el que se indaga sobre sus condiciones actuales en términos de institucionalización, aspectos teórico-metodológicos y sociopolíticos. El haber podido contar con una multiplicidad de voces y experiencias diversas, constituyó una mirada compleja que enriqueció profundamente las aspiraciones que fundaron inicialmente este proyecto.

Antes de explicitar el carácter y el motivo de las entrevistas, queremos dar cuenta de nuestro posicionamiento frente algunas discusiones que se vienen produciendo en el campo para sí luego extendernos en el trabajo que presentamos.



Una mirada a los debates en el campo de estudios en comunicación/cultura

Desde estos espacios de formación e investigación de la FPyCS, venimos problematizando las tradiciones que se hegemonizaron en el campo de la comunicación desde su proceso de institucionalización en los años ochenta. Tradiciones que imponiéndose eclipsaron otras vertientes teóricas, consolidando no sólo modos de pensar la articulación comunicación y cultura sino también silenciando, ignorando, otros modos de pensar dicha relación.  

Por ello es que nos interesa particularmente reflexionar desde el escenario actual sobre las condiciones en las que ciertas versiones y mapas  del campo lograron ser legitimados adquiriendo estatuto de verdad.

A propósito de lo mencionado podemos identificar dos cuestiones que están en debate y en tensión actualmente: la primera de ellas, más general, tiene que ver con las discusiones en torno a los Estudios Culturales Latinoamericanos y su potencia original de formular preguntas y pensar los problemas sociales; y la segunda, específicamente vinculada al campo de la comunicación, es la historización que sobre el propio campo se fue produciendo en simultáneo con el proceso de legitimación de los Estudios Culturales al interior de los estudios en comunicación.

Sobre la primera de las cuestiones, sobre la ¿decadencia? de los estudios culturales, no pretendemos inventariar todas las críticas -que son muchas- que desde diversos sectores de la academia se le han realizado en los últimos años, sino que daremos cuenta de algunas de ellas que consideramos relevante enunciar aquí. 

Para empezar, Nelly Richard sostiene que al interior de los Estudios Culturales existe una burocratización fuerte que ha perseguido una “ecuación satisfecha” entre la gobernabilidad de la política, la administración de lo social y la aplicabilidad de los saberes, todo esto “cruzado por un deseo de traducibilidad de las diferencias a un liso sistema de intercambios donde el registro práctico de la transacción y de la negociación prevalecen  sobre el registro teórico-crítico del conflicto y del antagonismo” (citado en Szurmuk y Mckee, 2009: 32, la bastardilla es nuestra), invisibilizando cuando no anulando las desigualdades sociales.

Esta ausencia en las perspectivas de trabajo de las desigualdades y los antagonismos, se produce también, según Eduardo Grüner, “a partir del progresivo ensanchamiento de la brecha entre producción intelectual y compromiso político” (Grüner, 2005: 78), producto de las derrotas políticas en el continente desde finales de los años sesenta. 

En esta línea, Mattelart y Neveu han sostenido que “la evolución de los estudios culturales desde los años ochenta no puede disociarse de un proceso de despolitización” (Mattelart y Neveu, 2004: 126) y comprenden que esto se debe, entre otros factores, a  la ausencia de una visión histórica que explica, en particular, la adhesión precoz y acrítica a la noción de globalización; el desconocimiento de los análisis formulados por la economía política de las industrias culturales y de las industrias de la información y por último, a  la falta de problematización del nuevo estatuto del saber y de los intelectuales dentro del capitalismo contemporáneo, que se caracteriza por el doble movimiento de “subsunción” del trabajo intelectual y de intelectualización general del trabajo, y del consumo a partir de la expansión, en todos los ámbitos de la vida, de las tecnologías de la información y la comunicación (Mattelart y Neveu, ídem: 128).

Otra de las críticas fuertes es  la que desde la Economía Política de la Comunicación se vienen efectuando a los Cultural Studies. Nicholas Garnham (1997) se pregunta por el sentido de estos estudios a partir de las distancias que según él se establecían entre los fundadores de esta línea de trabajo, como Raymond Williams, Richard Hoggart y Stuart Hall, y las generaciones actuales de investigadores que se asumen en esta tradición. 

Garnham sostenía que el impulso inicial de la Escuela de Birmingham fue el de reivindicar la cultura popular frente -en términos de antagonismo- a la cultura dominante o de elite.       Que no se trataba simplemente de la reivindicación en sí misma de la cultura popular, sino que era “un movimiento político de oposición, básicamente socialista, que consideraba la lucha cultural como parte de una lucha política más amplia cuyo objetivo era cambiar las relaciones sociales capitalistas en favor de la clase obrera” (Garnham, 1997: 34). En consecuencia, continuaba el autor, los intelectuales de Birmingham partían en sus análisis de considerar que existía una estructura particular de dominación y subordinación, y consideraban que la suya era una tarea ideológica de legitimación y movilización. 

Pero estos trabajos eran comprendidos por los fundadores como parte de una lucha política más amplia, y en este sentido, sabían quiénes eran sus amigos y quiénes sus enemigos. La pregunta abierta, entonces, es si ante la ausencia de inscripción en un proyecto político revolucionario por los actuales “culturalistas”, cuál es el sentido de sus investigaciones, digamos, un sentido que no sea simplemente el de la lógica del mercado académico.

Por último, y retomando a Eduardo Grüner, el autor sostiene que los Estudios Culturales generaron recursos críticos de indudable utilidad que tienen su razón de ser en la problematización de identidades que las ciencias sociales tradicionales consideraban como preconstituidas y sólidas -la nación, la clase, el género- y “la atención de las identidades entendidas en su permanente redefinición, como el género, la etnicidad, la elección sexual, que obligaron a repensar las tácticas de deconstrucción de los dispositivos de discursos unitarios y totalizadores” que pretendían dar cuenta de estas identidades (ídem: 80:81). 

El problema, entonces, sostiene Grüner, es la pérdida de vista y la expulsión de la investigación teórica tanto como de la acción política, del lugar constitutivo, “estructural”, de la diferencia entre propiedad y no propiedad de los medios de producción, la producción de plusvalía y la reproducción de esas relaciones productivas que distintos sectores de la academia consideran “desaparecidas” (ídem: 87). En este sentido, el autor insiste en la necesidad de reinscribir la pregunta por los “fragmentos” -sociales, culturales, de género- a la totalidad histórica, entendida siguiendo la propuesta de Frédric Jameson (1995), en tanto modo de producción que define una red compleja y contradictoria de articulaciones y desarticulaciones sociales, culturales, ideológicas, políticas y, especialmente, define también, un modo de producción de subjetividades” (ídem: 79). 

Es este universo de articulaciones histórico-sociales y político-económicas al que los Estudios Culturales han renunciado a pensar los procesos culturales (ídem, 76).

Para pensar un nudo problemático que es abordado por algunos estudiosos de la comunicación y la cultura y que puede sernos de utilidad para objetivar algunas de las tensiones enunciadas hasta aquí, tiene que ver con el desplazamiento en los análisis de la relación entre cultura masiva y cultura popular. Tal como afirman Szurmuk y McKee, uno de los planteos característicos de los estudios latinoamericanos fue entender que si para la Escuela de Frankfurt la industria cultural significaba el final de la originalidad del arte y la formación de una sociedad masificada, “los estudios culturales buscarán los espacios de resistencia dentro de la cultura popular y de masas” (Szurmuk y McKee, ídem: 14).

 A propósito de esto, existen una serie de estudios de finales de los ochenta y principios de los noventa que se van a caracterizar por indagar  ya no lo que hace “la televisión con la gente” sino “qué hace la gente con la televisión” para comprender que más allá de las estructuras de propiedad concentradas de los medios masivos, su lógica de producción masificante y las construcciones ideológicas de los fenómenos sociales, ante la oferta de programas cada vez más grande y múltiple, la pantalla se torna un lugar de posibilidades, oportunidades y libertad, que según esta perspectiva, cobran su mayor plenitud en el acto de hacer zapping (Landi, 1993: 144). 

Distintos problemas y atenciones merecieron no simplemente este texto, sino esta originalidad de los Estudios Culturales que fue advertida desde distintos frentes. Por un lado, sólo unos años después de la publicación del libro citado de Landi, Devórame otra vez, Héctor Schmucler sostenía que si bien “ser devorado puede constituir, sin duda, un acto gozoso, el goce, en este caso, no disminuye la desaparición de aquello que nos devora” y que la gente efectivamente hace algo con los medios, pero después de que los medios hicieron a la gente de una manera determinada (Schmucler, 1997). A propósito de esto, otra arista del problema consistió en invisibilizar desigualdades en materia de producción y acceso a los saberes y a la cultura al establecer una equivalencia de acciones -votantes y consumidores; productores y espectadores- cualitativamente diferentes. 

Otra situación ilustrativa de una perspectiva que, insistimos, se hegemonizó al interior de los estudios en comunicación, es la que se puede observar en un trabajo de Jesús Martín-Barbero de 1995 titulado “Secularización, desencanto y reencantamiento massmediático", publicado en una de las revistas más importante del campo, como lo es Diálogos de la Comunicación. Allí el teórico sostenía que frente al desencantamiento del mundo -en un sentido weberiano-, en sociedades altamente burocratizadas y racionalizadas, los spots publicitarios cumplían la tarea de, vía la “magia tecnológica”, tornar encantadoras las tareas “más humillantes y más rutinarias de la vida cotidiana de las mujeres sobre todo”, un reencantamiento, entonces, que resignificaba “el lavar, el fregar, el limpiar, el planchar, todo aquello que justamente nos muestra la zona más opaca, más humillante, de la vida cotidiana" (Martín-Barbero, 1995: 77). Este proceso que describe el autor sin un ápice de crítica -quizá al menos para pensar los procesos de construcción de hegemonía y legitimidad –sino alienación- de esas situaciones que si son humillantes para el autor, también lo podrían ser para los sujetos que las realizan- es claramente positivo porque, continúa, los mitos -claramente en un sentido opuesto al propuesto por Barthes (1999)- “nos unen”, “nos protegen”, “nos salvan”, y le dan sentido a la pobre vida (Martín-Barbero, ídem: 78).


Con respecto a la segunda cuestión que antes mencionamos, la historización que se hegemonizó en los estudios de comunicación y cultura, hacia finales de los años ochenta se empezaron a consolidar unos modos de comprender el pasado en articulación con los procesos de institucionalización de la disciplina en distintos puntos de América Latina. 

Como producto de estos procesos, se legitimaron ciertas historizaciones que en clave pedagógica y de constitución de manuales disciplinares, consolidaron lecturas y tradiciones selectivas (Zarowsky, 2013: 48).

  Pensamos específicamente en la legitimación institucional de algunos trabajos en clave “historiográfica” como lo es Un campo cargado de futuro. El estudio de la comunicación en América Latina (1991) de Raúl Fuentes Navarro, y los de Jesús Martín-Barbero, De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía (1987) y  Oficio de cartógrafo. Travesías latinoamericanas de la comunicación en la cultura (2002), entre otros. 

La consolidación disciplinar trajo consigo la estabilización de ciertas preguntas, objetos y perspectivas metodológicas que buscaban superar los modos de investigación que habían caracterizado su etapa “fundacional”, acusada de ser reduccionista o de perder de vista las tramas de la comunicación y la cultura.

Para ilustrar lo dicho observemos el trabajo De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía (1987) de Jesús Martín-Barbero. Allí el autor afirmaba que hacia los años sesenta y setenta, en torno a lo que denominó “mediacentrismo”, se constituyeron dos tradiciones que, según su concepción, caracterizaron los estudios de comunicación en las décadas previas: lo que analiza como investigaciones “ideologistas” que privilegiaban descubrir y denunciar la penetración e invasión cultural por medio de los análisis discursivos para desentrañar la ideología dominante en los textos de la cultura masiva; y va a caracterizar a las investigaciones de los años setenta con el nombre de “cientificismo” o “informacionalismo”, argumentando que hacia aquellos años se asimila la comunicación a los modelos informáticos vinculados a las teorías matemáticas y a la cibernética (Martín-Barbero, 1998: 220-224).

Si bien la pregunta por el rol de los medios masivos de comunicación cobró una centralidad en los trabajos producidos durante esos años, tampoco es menos cierto que existió una pluralidad de estudios y ensayos que empezaron a pensar a los medios masivos y a la comunicación desde otras perspectivas generando nuevos interrogantes.

Por solo dar unos ejemplos, hacia los años setenta, dos trabajos como los de Muraro con Neocapitalismo y comunicación de masas (1974) y “La investigación sobre comunicación masiva” de Héctor Schmucler, publicado en el N º 4 de la revista Comunicación y cultura (1975), ponían en tela de juicio los planteos que afirmaban el carácter central y manipulatorio de los medios. La producción -pero fundamentalmente la lectura- de estos textos relativiza -sino contradice- las afirmaciones del teórico Martín-Barbero.

Si se indagan rápidamente los casos mencionados, se puede decir que Muraro consideró que en la Argentina, aun con los medios en contra y con dieciocho años de proscripción, el retorno del peronismo a la escena política electoral no solo había sido posible sino que había resultado victoriosa, con lo que cuestionaba fuertemente esa capacidad manipulatoria de los medios masivos de comunicación (Muraro, 1974).

En el caso del artículo “La investigación sobre comunicación masiva”, Héctor Schmucler afirmaba que para pensar los procesos de dominación, el acento no había que ponerlo en los mensajes de los medios masivos, sino más bien en la vida cotidiana y en las prácticas culturales que legitimaban ciertos sentidos y otros no. Sostenía Schmucler:

“Esas condiciones significan, en primer lugar, tener en cuenta la experiencia socio-cultural de los receptores. Es verdad que el mensaje comporta significación pero esta solo se realiza, significa realmente, en el encuentro con el receptor. Primer problema a indagar, pues, es la forma de ese encuentro entre el mensaje y el receptor: desde dónde se lo recepta, desde qué ideología, desde qué relación con el mundo […]. El ‘poder’ de los medios puede ser nulo e incluso revertirse en la medida que el mensaje es ‘recodificado’ y sirve de confirmación del propio código de lectura” (Schmucler, 1975: 12).

Estos dos trabajos brevemente apuntados, se pueden “sumar” a las problematizaciones que desde inicios de los años sesenta Antonio Pasquali en Venezuela comenzó a realizar en torno a las políticas de comunicación y el problema de la concentración monopólica (1963 y 1967) o Paulo Freire al discutir y pensar la comunicación en articulación con los problemas político-ideológicos y culturales (1968), en el marco de procesos revolucionarios.  Incluso más acá, a principios de los ochenta, el trabajo de Aníbal Ford, Jorge Rivera y Eduardo Romano (1985) exploraba una gran cantidad de experiencias, sujetos y objetos considerados “marginales” por las ciencias sociales, para indagar los sentidos producidos por las clases populares en contraposición a la cultura dominante.  Asumiendo que estos estudios enumerados mantienen diferencias entre sí, nos entregan pistas para pensar que los sesenta y los setenta desbordan profundamente las historizaciones realizadas.

El problema que identificamos y que merece ser puesto en discusión constantemente, es el proceso de fetichización que se produce al pensar y subsumir los matices y las contradicciones de específicos tiempos históricos en significantes como “ideologismo” o “informacionalismo”, que lejos de promover una comprensión profunda de la propia historia del campo, la clausuran, e invitan a pensar que el tiempo y el pensamiento se articulan superándose permanentemente, de modo lineal y evolucionista, llegando a una especie de momento ideal, de aparente síntesis -los ochenta y los noventa-, donde las reducciones fueron “superadas”. En este sentido, se fue “construyendo una suerte de panteón de autores en positivo” eliminando la relación conflictiva que tienen entre ellos y, al no puntualizarse las diferencias,  lo que se evita es definirse acerca de las posiciones de cada uno  (Mangone, 2007:80). Y hablamos de fetichización porque tales interpretaciones hegemónicas invisibilizan el entramado histórico-social y político en el que emergieron varios estudios de comunicación que son aún hoy fundamentales.

En la misma línea en que situamos nuestras problematizaciones e indagaciones, se hallan excelentes trabajos que en parte, han sido motorizados por inquietudes similares.
Para mencionar algunos, a mediados de la década del noventa, desde la revista Causas y Azares (1994-1998) se emprendió la tarea de reconstruir críticamente la emergencia, consolidación e institucionalización del campo de estudios en comunicación, publicando artículos, traducciones y entrevistas a referentes como Eliseo Verón, Armand Mattelart y Héctor Schmucler, entre otros.
Por su parte, la investigación de Víctor Lenarduzzi (1998) sobre la revista Comunicación y Cultura, si bien se propuso reconstruir y analizar la trayectoria de la publicación, las discusiones y sus aportes, también ponía en tensión las versiones dominantes que el mismo campo había producido de su propio devenir en torno a la formulación de dicotomías que si bien en algún momento fueron útiles como ejes organizadores de los recorridos intelectuales, distinciones como “los setenta versus los ochenta” o “manipulación versus recepción”, producían “ceguera en relación a aquello que se pretendía iluminar” (Lenarduzzi, 1998: 18).

Hacia 2003, en  Abrir la comunicación. Tradición y movimiento en el campo académico, Florencia Saintout advertía sobre la necesidad de pensar críticamente las tradiciones teóricas e interpretativas cristalizadas que habían aceptado unos recorridos y no otros, unas referencias y no otras y cómo estas se habían consolidado en la comunidad de investigadores en comunicación (Saintout, 2003: 30-31).
Por otro lado, Carlos Mangone afirmaba que en la construcción de tradiciones se pusieron en juego procedimientos argumentativos -fantasmas polémicos, ausencia de nombres propios y referencias concretas a las investigaciones, generalización con ejemplos tomados de algún caso marginal- que llevaron a una homogeneización y descontextualización que eludió todos los matices y que fue “perfeccionando una serie de procesos de construcción del conocimiento” (Mangone, ídem: 81).

En esta misma línea, se encuentra el libro de Entel, Gerzovich y Lenarduzzi (2005) en el que trabajan sobre la recepción de la Escuela de Frankfurt en Argentina y le dedican un capítulo especial a las condiciones en las que se incorpora y leen textos de Adorno, Horkheimer y Marcuse en los estudios de comunicación,  criticando los usos que se  hicieron de estos autores al invisibilizar las discusiones y condiciones materiales en las que emergieron y, en última instancia, en las cobran su sentido más pleno.

Por último Gándara (2007) y Duquelsky (2008), problematizan lo que se consideran falsas dicotomías elaboradas por los teóricos de los estudios de comunicación latinoamericanos     -especialmente García Canclini y Martín-Barbero- sobre el pensamiento de Theodor Adorno y Walter Benjamin, que luego han tenido fuertes consecuencias en la comprensión de los pensamientos de ambos autores y de sus posicionamientos políticos frente a los procesos sociales que se proponían analizar. 

A partir de lo enunciado anteriormente, esperamos que este trabajo sea un aporte a este campo de discusiones que si bien se viene dando desde un tiempo a esta parte, aún no ha cobrado la centralidad necesaria -aunque observamos la presencia de algunos seminarios periféricos y de carácter optativo en algunas carreras- como para que se generen transformaciones en las instituciones formadoras de comunicadores sociales en Argentina.


Convocatoria a los/las referentes

¿Por qué preguntarnos hoy sobre el campo de estudios de comunicación en Argentina?
Para responder a esta pregunta debemos empezar por las condiciones histórico-sociales que definen un contexto específico en Argentina pero también en América Latina. Y hacemos referencia puntualmente a los procesos de construcción política que vienen realizando en los últimos años los gobiernos nacional-populares -por ejemplo, Argentina, Venezuela, Ecuador, Bolivia- que han logrado incluir y restituir derechos de mayorías históricamente excluidas de sus necesidades mínimas.
Estos procesos que no sin conflicto y mucho menos de forma homogénea, han recuperado luchas precedentes y han saldado parcialmente deudas en el plano social, cultural, económico y también, comunicacional.

Gobiernos que, como sostiene Philip Kitzberger, han desplegado nuevas formas específicas de comunicación directa rechazando, simultáneamente, convenciones de mediación periodística como las conferencias de prensa o las entrevistas y sostienen “públicamente que los medios y la prensa representan intereses -hegemónicos, capitalistas, corporativos, imperialistas u oligárquicos- opuestos al interés público -el pueblo-” (Kitzberger, 2010: 3), visibilizando el carácter político e ideológico desde el cual los medios construyen la realidad.

En lo referente a las discusiones en torno a las políticas de comunicación en la actual situación latinoamericana, los gobiernos de la región se propusieron discutir y  transformar los modelos concentrados de información para construir  modelos en los que la comunicación sea entendida como un derecho humano (Mata, 2010). 

Como ejemplo de esto podemos decir que entre 2007 y 2009, comenzaron a producirse una serie de hechos significativos en distintos países del sur de América: en Uruguay y Paraguay se crearon reglamentos para la radiodifusión comunitaria, en Argentina se sancionó la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que impone límites a la concentración, y en Brasil se realizó la Conferencia Nacional de Comunicaciones con perspectivas de crear un nuevo marco regulatorio (Monje, 2010: 281).

Creemos que los tiempos políticos de los últimos años, interpelaron desde “afuera” al campo de la comunicación y mucho más profundamente a partir de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LSCA). Consideramos que los intelectuales y referentes del campo en Argentina, fueron convocados desde la política a discutir y construir políticas más democráticas de comunicación a partir de conflictos de poder con las grandes corporaciones mediáticas. 

En este sentido es que entendemos que la pregunta por la capacidad de construcción política de los medios masivos si bien no surge en el 2009 (cuando se activa la discusión de la LSCA), se reactiva en el campo académico. Es este proceso de transformación política la que removió las reglas del juego habilitando y rehabilitando también “nuevos/viejos” problemas con “nuevas/viejas” preguntas.
Es desde estas condiciones históricas y de discusiones teórico-políticas al interior del campo de la comunicación, que nos propusimos entrevistar a diversos referentes del campo de la comunicación a partir de cuatro preguntas:

- ¿Cómo evalúa el proceso de institucionalización de la disciplina en el marco de los sistemas universitarios y científicos? ¿Cuáles son las principales oportunidades y problemáticas que se generan?
- En relación a las perspectivas teórico-metodológicas y objetos de análisis que actualmente ocupan las agendas de investigación en comunicación social, ¿cuáles considera más relevantes?
- La re edición de textos, obras y revistas publicadas hacia los años ‘60 y ‘70, ¿expresan una tensión con las perspectivas, preguntas y objetos que hegemonizaron el campo en el período de creación de las carreras y facultades en la década de 1980?
- ¿De qué manera se incorporan las discusiones sobre la LSCA en las prácticas académicas, institucionales, políticas, etc., de los agentes del campo de la comunicación? ¿Qué desafíos se le presentan a la labor intelectual en Comunicación y Cultura?

Las preguntas son los ejes vertebradores que organizan los materiales, divididos en cuatro capítulos manteniendo el orden aquí expuesto. Cada uno de ellos contiene las reflexiones de los/las referentes sobre las preguntas realizadas.

Las perspectivas y posicionamientos de los/las entrevistados/as cuando son leídas en relación unas con otras, permiten visualizar discusiones, tensiones y matices, que en otros espacios de la producción académica por el contrario, se invisibilizan. 

En relación a esto, la utilización del testimonio oral permitió que emerja “el momento de subjetivación del instante” que da cuenta de una “dimensión subjetiva de intensa afectividad” (Dosse, 2007: 273). Es importante remarcar que una gran parte de las entrevistas fueron realizadas cuando la LSCA aún no había sido plenamente aprobada, por lo que las reflexiones de los/as referentes emergieron en un contexto de intensa discusión sobre su aplicabilidad ante las reiteradas trabas judiciales que las corporaciones mediáticas presentaban a la justicia mediante medidas cautelares. La Corte Suprema de Justicia de la Nación declaró la constitucionalidad de la LSCA el 29 de octubre de 2013.

Por último, agradecemos profundamente la predisposición que tuvieron los/las referentes que aceptaron la invitación a participar de este proyecto: Florencia Saintout, Héctor Schmucler, Alfredo Alfonso, Jorge Huergo, Sergio Caletti, Sergio Caggiano, Nancy Díaz Larrañaga, Vanina Papalini, Carlos Mangone, Alejandro Kaufman, Guillermo Mastrini,  Martín Becerra, Pablo Alabarces, Alicia Entel,  Víctor Arancibia, Alejandra Cebrelli y Sandra Valdettaro


Bibliografía consultada

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